El balcon
“El numero que esta intentando localizar se encuentra apagado o fuera del área de cobertura” Cayo miró el teléfono como esperando una señal, sonó el tono para iniciar un mensaje de voz e inmediatamente cortó la llamada. Era la quinta vez que marcaba aquel numero y todas la veces el resultado fue el mismo, apagado o fuera del área de cobertura, deteniéndose a pensar en las probabilidades de que Claudia realmente tuviese el teléfono apagado se dio cuenta que esa posibilidad era tan remota como un apocalipsis zombi, esa mujer no dejaba ni por un instante aquel aparato que guardaba con celo, pues era la puerta a ese otro mundo que en la soledad de su rutina la conectaba con todos y con todo.
Cayo era tipo casi tonto, demasiado infantil para su edad, demasiado bien intencionado, por eso la sola imagen de Claudia escaneando llamadas para evitar las suyas, le partió el corazón, ahí estaba aquel hombre enorme, sentado junto al teléfono fijo de su apartamento en penumbras con un nudo en la garganta, aguantando todo lo que reprimido, amenazaba con explotar, derramándose sobre esas paredes, sobre esa maldita ciudad que tanto mal le había causado.
Encendió un cigarrillo, dando profundas bocanadas, disfruto el placer de fumar en solitario, viendo únicamente la punta encendida, como una luciérnaga del infierno, amenazando con incendiar todo.
Se levanto pesadamente, camino hacia el balcón y forcejeo un rato con la cerradura, no entendía como se abría esa puerta, la ira fue subiendo por su cuerpo, nublando su visión apoderándose de sus pensamientos, la frustración le hizo dar un grito profundo, desde el fondo de sus entrañas, con un solo movimiento dio un golpe quebrando el cristal.
Barullo, voces nerviosas, luces que se encienden, un hombre que sale en interiores, sobresaltado, una mujer en pijama que no entiende lo que ocurre, una habitación vacía del decimo piso, con la puerta del balcón abierta, rota, los vidrios regados por el suelo y nadie mas que ellos, Claudia y su amante, Roberto.
Durante un tiempo indefinido se quedaron ahí, mirando estupefactos la ventana, la brisa soplando y meciendo suavemente las cortinas de la misma forma que la noche en que Cayo decidió acabar con su vida, la noche en que creyó poder apagar su sufrimiento saltando hacia la calle, dejando su vida y sus problemas regados sobre un Chevrolet Corsa amarillo y parte de la calzada.
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