Crónica Sabanera

Los hombres hacemos planes y los dioses se divierten, es una expresión que nunca tuvo mas sentido para mí que durante estos carnavales que acaban de finalizar.  Durante semanas me prepare para ir a la playa, compre la carpa, compre una cava nueva, compre sillas de lona, le hice servicio al carro, prepare todo lo imaginable, hice investigaciones en internet, le pregunte a conocidos y al final termine viajando a la Gran Sabana.

Es el gran dilema de mi vida, me levanto queriendo cafe con huevos revueltos y termino comiendo un sandwich con coca-cola.  Solo que en este caso, el curso de los eventos estuvo completamente fuera de mi control,  todo conspiro para que este viaje ocurriese y la verdad no fue hasta el penúltimo día que descubrí la razón de esa empresa en la cual me embarque casi sin saber como.

El viernes maneje hasta la Ciudad de Puerto Ordaz ubicada a unos 380 KM de Puerto la Cruz, mi ciudad de residencia, llegue de noche y cansado por lo que me abstuve de cualquiera de mis rituales habituales en esa ciudad, fui directo a la casa de mis padres, prendí el aire acondicionado y me apague.

Esa noche fue super rica en sueños, de esos que nunca se si son premoniciones de un pasado no vivido o simple reflejo de una digestión lenta y magullada por años de excesos y maltratos.  Me visitaron como siempre los fantasmas recurrentes, actores y actrices de comedias de bajo presupuesto que acostumbran entablar las mas variadas y extrañas conversaciones con mi subconsciente.

A las 4:30 de la mañana comenzó el día, me levanté, subí a la camioneta y emprendí el camino hasta Iboriwo donde tenía planeado hacer el primer campamento, tomar uno de los botes de madera y hacer la visita al Chinak-Merú, una caída de agua de mas de cien metros de altura en el rio Aponwao.  Al llegar a la base fui recibido por Constantino, uno de los jefes del caserío, que me cedio un lugar privilegiado a la orilla del río para colocar mi carpa.

El hijo de Constantino, Danilo, me llevo en su bote hasta unos trescientos metros del salto y de ahí camine hasta llegar a la base, me detuve en el borde de la piedra y durante casi una hora me quede ahí, enfrentado al poder de la naturaleza, primero agradeciendo por todas las bendiciones que me han sido concedidas y después entregando cualquier energía negativa a la corriente de agua que golpea incesantemente contra la roca, un proceso de descarga y luego recarga con energía limpia y positiva.

La noche transcurrió con la monotonía típica de estas aventuras, que empiezan y terminan con la luz del  sol.  A las 5:30 AM comenzó el día, preparé cafe y avena con pasas, que despache rápidamente para calentar el cuerpo, luego sin esperar a que terminara de amanecer, me di un baño en el río con la tranquilidad de que ninguno de mis vecinos despertarían en las próximas dos o tres horas.  El agua fría me devolvió la energía perdida en el viaje y la caminata del día anterior, después de ese baño maravilloso, quede listo para una segunda colada de cafe, esta vez escuchando la quinta sinfonía de Beethoven para terminar de activarme para el día por comenzar.

Regresando por el camino de tierra hacia el Aeropuerto de Luepa, algo comenzó a sonar en el lado izquierdo de la camioneta, obligándome a detener la marcha y revisar la parte de abajo del carro.  Inmediatamente me di cuenta de que el tornillo y la arandela que sujetan el amortiguador no estaban, pero que no habían daños ni en la base ni en amortiguador.

No habían pasado cinco minutos cuando otra camioneta, conducida por un Pemón, se detuvo a mi lado y me ofreció ayuda, al explicarle la situación, sin dudar ni por un segundo, mi nuevo amigo saco un tornillo del chasis de su carro y me lo ofreció junto con una pieza para sustituir la arandela perdida, se despidió, me deseo un buen viaje y así como llegó, se marchó.

Esta intervención providencial me permitió llegar hasta San Francisco de Yuaruani, ahí el cauchero del pueblo me vendió por cincuenta bolívares el repuesto que necesitaba y seguí camino hasta el Pozo Catedral, ubicado en la vía que conduce a la población del Paují.  Monte el campamento, hice una cena ligera, comí, me di un baño y me tome un whisky para terminar de relajarme.  No había terminado el whisky cuando comenzó a llover, por lo que corrí a refugiarme en la tienda de campaña, con la lluvia incesante golpeando en el sobre-techo me fui quedando dormido sin mucha resistencia, apagando sistemas poco a poco como un barco que anclado, deja solo el generador encendido.

La lluvia no paro nunca, solo a las siete de la mañana me logré despertar completamente, tuve que esperar una hora para que abrieran el restaurante ubicado en el campamento y la lluvia cesara, debo confesar que la espera valió la pena pues el desayuno fue una delicia, arepas, huevos revueltos, jamón de pavo y una ensalada deliciosa, acompañados de un jugo de parchita y cafe con leche.

Animado por el desayuno y la conversación con la dueña del local, recogí mis cosas y me marché por una carretera de arcilla, de un rojo que por la lluvia se veía mas intenso que el día anterior. 

Mi intención era llegar al abismo y deleitarme viendo la inmensidad de la selva amazónica, pero al llegar me recomendaron ir a pasar unas horas en el Pozo Esmeralda, ubicado a pocos kilómetros del pueblo. 

Al llegar al pozo me encontré con Juan, un Pemón con un marcado acento caraqueño, trabajando en una barraca de madera y piedras, me indico como llegar al pozo y en menos de 5 minutos ya estaba sumergido en el agua fría y refrescante que en ese momento, por causa de la lluvia, tenía un fuerte color naranja.

Después de una hora disfrutando de este lugar maravilloso, emprendí la retirada, el abismo me esperaba y no quería dilatar mas este encuentro, por lo que recogí mis cosas y emprendí la caminata hacía el estacionamiento.

Todavía no se porque, pero decidí acercarme a conversar con Juan, quien amablemente me contó sobre su arte, sobre algunos detalles de su vida y me invito a su casa a conocer a su pareja, Manuela, una italiana que vino de visita y se quedo en ese pedazo de paraíso.

Al llegar a la casa quede impresionado, perdido en el medio de la selva, primero un techo rojo y luego la imagen de una casa de ensueño, como salida de las ilustraciones de un antiguo libro de viajes perdido en mis recuerdos.  Una casa sin paredes, completamente integrada a su entorno, donde la selva entra a la casa y nunca se esta realmente separado del entorno, una casa donde todo fluye y donde la energía se podía sentir entrando y saliendo, subiendo por los arboles y regresando a la casa constantemente.

Manuela, era periodista en Europa y un día hace cuatro años decidió visitar este lugar maravilloso, conoció a Juan y se enamoraron, los detalles sobran, pero hoy viven una vida maravillosa en el medio de una naturaleza exuberante.  Manuela se ha integrado de una manera impresionante, la pasión que demuestra al hablar de su pareja es solo comparable a la que demuestra al hablar de su trabajo con las comunidades indígenas, es una labor digna de reconocimiento, le enseña a las mujeres de la etnia  Pemón acerca de liderazgo, empoderamiento, feminismo y una cantidad de cosas que de otra forma estarían fuera del alcance de estas madres, hijas y hermanas que sufren una transformación terriblemente traumática, de la vida natural de la selva a la vida urbana con todos sus problemas.

La actitud de Manuela ciertamente me hizo pensar en como una relación entre dos personas aparentemente tan distintas, con dos bagajes tan disimiles, puede florecer, crecer y fortalecerse a pesar de las vicisitudes.  Una historia que me devolvió por un instante la fe perdida en aquella trampa llamada amor.

Debo confesar que senti envidia, sana pero envidia, de Juan.  Él, logró lo que yo intente infructuosamente, conseguir una compañera, pero una compañera real, en toda la extensión de la palabra, dispuesta a afrontar la vida en su forma mas cruda y menos edulcorada, con privaciones, incomodidades, sin el confort de la ciudad, pero con una meta común por la cual levantarse y trabajar todos los días, deslastrandose de ese feminismo occidental que ha despojado a las mujeres de parte de su esencia, convertiendolas en versiones imperfectas de la criatura mas imperfecta del mundo, como lo es el hombre. 

Una vez una mujer que amé me dijo, "tu lo que quieres es una mujer sumisa, yo me pago mis cuentas y me valgo por mi misma, jamás podré ser esa mujer que necesitas" y lo mas triste de la historia, es que tenía razón, nunca pudo ser esa mujer que necesito, no por falta de vocación mas por su necesidad de competir y demostrar que era igual a mi, siendo que lo que amaba de ella, era justamente el hecho de que fuese tan diferente.

Cuatro años es poquísimo, pero por el brillo en los ojos de esa mujer al ver a su marido, estoy seguro de que pasaran la vida juntos, y si por alguna razón no lo consiguen, estoy seguro de que tendrán la satisfacción de haber hecho todo lo posible por conseguir sus metas.

Esa visita, ese encuentro, esa realización de que si se puede y que la persona correcta será justamente la que entienda mi situación particular y la asuma no como un sacrificio, sino como un placer, me hizo regresar con una perspectiva renovada y fresca de una situación que daba por insalvable.

Cuando llegue, llegará, mientras tanto sigo ahí, disfrutando de los momentos que me regala la vida y de la felicidad que es tener salud, amigos queridos y una familia que vale lo que echa vaina.







Besos y Feliz inicio de cuaresma!




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