El hombre del espacio
Cuando me llamaron para visitar aquel barco, un viejo carguero registrado en Liberia, con oficiales Rusos y marinos Filipinos, sentí un aburrimiento imposible de cuantificar; la mañana había sido insoportable, estaba caliente, al punto que los aires acondicionados apenas lograban vencer el calor lacerante, la inminencia de la lluvia había convertido a la ciudad en un horno de convección con un fuerte olor a ozono, presagio de truenos y relámpagos que cambiarían el escenario tropical de mi mar Caribe por uno mas parecido al mar del norte.
Al llegar al muelle pude ver el armatoste en toda su dimensión, era una dama ya bastante mayor, con marcas que denotaban un pasado lleno de historias y aventuras, de esas que se guardan solo para sí.
Me anuncie con el marino de guardia en mi inglés mas fino y educado, con la única intención de presumir mis años de estudios y dominio del idioma, ante un pobre cristiano que jamás entendería la sutileza de un acento o lo irónico de la situación, por que salvo el cargo, éramos iguales, dos aborígenes de países tropicales, jugando a ser marinos en un idioma extranjero.
Salvados los requisitos exigidos por las normas internacionales y quedando establecida mi identidad y mi propósito, aquel marino llamó por radio al primer oficial. Pasados unos minutos un joven bajo de estatura, de pelo grasoso y sonrisa quebrada se aproximó, vestía bermudas kakis y una polo con el emblema de la compañía que hacía de operadores del buque. En un ingles británico perfecto, me indico que le siguiera por los recovecos de la nave hasta la oficina del capitán, este, un joven de no mas de cuarenta años, alto, rubio, de aspecto impecable, que salvo por una espesa barba que le daba un aire a aquel capitán de la película Titanic, hubiese podido pasar por un turista buscando diversión en estos rincones del Caribe, donde aquellos desprovistos de color, provenientes de otras latitudes, buscan saciar sus apetitos con la carne oscura que tanto abunda.
Se tomo el tiempo suficiente para demostrar cordialidad, me explico el inconveniente que presentaba la nave, una falla del generador principal que no representaba, en principio, mas que el cambio de algunas piezas de fácil ubicación.
Terminada la conversación introductoria, llamó al primer oficial, me indicó que este me llevaría hasta la oficina del jefe de maquinas. Debo admitir que aunque el buque tenía un aspecto ajado por fuera, el área destinada a los oficiales era impecable, los pasillos recordaban los de una clinica, asépticos, iluminados, con paredes repletas de diagramas, instrucciones y memorandos en ese alfabeto cirílico ruso que inmediatamente, por lo menos a mi, me transporta a esas películas de espías ambientadas durante el transcurso de la guerra fría.
La oficina del Jefe de Maquina era, de lejos, la mas aséptica de todas, una mesa de dibujo con un plano de la nave y una lupa de esas que tienen una luz fluorescente dominaban la estancia, planos apilados en una mesa y paredes forradas de libros técnicos y manuales de cuanto ingenio mecánico o electrónico había en este buque, daban la impresión de estar en una oficina de alguna empresa ubicada en Rusia.
Una sola cosa me llamó la atención en este ambiente impersonal, un portarretratos con la foto de una mujer, probablemente tomada en los años sesenta, acompañada de una medalla con los colores de la bandera rusa que resaltaban sobre todo lo demás.
El primer oficial me había dejado hacía rato, así que aprovechando la soledad del recinto, me acerque a examinar foto y la medalla mas de cerca. La mujer no era una belleza clásica, pero ciertamente era muy atractiva, la dulzura de su mirada compensaba de lejos cualquier otro rasgo de su rostro.
Así me encontró Anatoli Ankundinov, perdido en aquel retrato y aquella medalla. Su saludo fue casi marcial, al verme sorprendido pegue un salto como un resorte, me paré firme y solo atine a emitir un Good morning Chief lo mas serio posible, el hombre me dio una mirada de arriba a abajo y con una sonrisa me invito a tomar asiento.
Luego de las presentaciones respectivas, entramos en el tema del generador, Anatoli tenía preparado un listado de partes que debían ser procuradas y un par de trabajos que no podían realizar a bordo por lo que necesitaba una lista de talleres en tierra y que lo llevará a certificar las maquinarías e instalaciones de cada uno, antes de tomar una decisión.
Este jefe de maquinas tenía un aspecto muy distinto al resto de los oficiales, para comenzar no era un joven como el resto de sus compañeros, Anatoli debía pasar de setenta años, aunque se veía un hombre fuerte y en pleno uso de sus capacidades. De igual forma no vestía aquel uniforme de trabajador de cruceros que exhibían sus pares, sino una braga que mostraba con orgullo manchas de todos los tamaños y formas posibles, era en cierta medida una extensión de aquella nave que con celo cuidaba y mantenía en perfecta condición, como se notaba lo hacía con su cuerpo y su mente.
Del trabajo diario, fue surgiendo una camaradería, producto del respeto por el profesionalismo demostrado por cada uno en sus respectivas áreas, que con la consecución de cada meta propuesta, se fue convirtiendo en la simiente de una amistad que surgió del esfuerzo compartido en función de metas en común.
Durante las largas noches de trabajo a bordo de la Morning Star hablamos de temas muy variados, de nuestra visión de la vida, nuestras opiniones sobre la familia, la responsabilidad, el mar, la política y finalmente como padre e hijo putativos, terminamos hablando de aquello que nos acoge, nos abraza y reconforta y en ocasiones nos quita el sueño y nos destroza, el Amor.
Le conté sobre mis experiencias, sobre mis hijos, sobre lo que creía y esperaba conseguir, le hablé de lo que estaba dispuesto a entregar, hasta donde estaba dispuesto a sacrificar o comprometer, como había salido magullado en cada ocasión y de como ahora veía con recelo cualquier oportunidad que se me presentaba.
Solo entonces Anatoli se sintió en confianza para contarme fragmentos de su vida, desde su infancia en la Rusia socialista de post guerra, su tiempo de servicio en la marina de guerra, su paso por la escuela de oficiales, sus estudios de ingeniería y su participación en el programa espacial ruso, en una fracasada misión tripulada a Marte, que lo mantuvo confinado en una cápsula, aislado del mundo, durante dieciocho meses, que le costó un poco de su cordura y la pérdida del gran amor de su vida, quien agobiada por la falta y afectada por una profunda depresión en medio de un terrible invierno, optó por suicidarse, condenándole a pasar el resto de su vida en solitario, sin haber podido disfrutar del amor ni de la infinita vastedad del espacio.
Ekaterina era su nombre, una funcionaria de nivel medio en una de las cientos de oficinas públicas que poblaban el aparato burocrático de la época. Ella siempre fue una mujer dura, de ideas y convicciones que no aceptaban negociación. Anatoli lo sabía, pero su fascinación por ella era tan grande que dejó de lado lo que su sentido común le indicaba. Se dejo llevar por la infatuación que embriaga los sentidos, haciendo caso omiso de su propia experiencia; su primer matrimonio fue un fracaso magistral, que le había dejado destruido y pensó que esta mujer, toda dulzura, le haría recobrar la fe en la vida.
El comienzo de la relación fue, como todo idilio, maravilloso. Pero a medida que el tiempo pasaba, Ekaterina fue mostrando un carácter dominante e intransigente que no se correspondía a la imagen que él había creado de ella. Por eso no dudo en aceptar cuando sus superiores le asomaron la posibilidad de participar de ese experimento, que le daría la oportunidad de tomar el tiempo y la distancia necesarios para repensar su relación, sin la presión constante de la cotidianidad.
Lejos estaba de pensar el trágico desenlace que tendría, de lo profundo que les marcaría a los dos esa decisión y de lo comprometidos que quedarían para próximas encarnaciones.
Nuestras conversaciones transcurrieron regularmente cada noche, al arrullo de las maquinas, matizadas por el aroma a diesel y la melancolía de esas luces amarillas tan características de estos recintos. Así fue hasta que finalmente todo se resolvió y la nave estuvo presta para la partida.
Nuestra despedida fue la de dos viejos amigos, que a pesar de la diferencia de edad se reconocen como iguales, tal vez por encuentros en vidas anteriores, tal vez por las coincidencias en los puntos de vista.
Siempre guardaré en mi memoria esas charlas acompañadas de cafe y vodka.
Al partir me dejo una carta que escribió para su amada Ekaterina, la cual nunca tuvo la oportunidad de entregarle. A continuación la transcribo para el lector ávido de experiencias, sin omitir detalle alguno y esperado la disfruten tanto como yo.
16 de junio de 1962
Querida Ekaterina, nuestra despedida fue abrupta, quedaron tantas cosas por decir que hoy, luego de ya casi seis meses de encierro, en los que he tenido la oportunidad de pensar sobre casi todos los aspectos humanos o divinos de esta existencia que compartimos y ante el temor de perder la razón a pesar de la rutina intelectual y física que me mantiene activo y ocupado, aprovecho la oportunidad para escribir estas lineas que seguramente leeremos juntos, al calor de las mantas una vez resolvamos los asuntos que nos alejaron.
Desde la punta de los dedos del pie, hasta el último cabello de nuestra cabeza, todo en nuestro cuerpo esta diseñado para funcionar de manera armónica y coordinada, somos, a riesgo de caer en un cliché usado y abusado por muchos, una maquina perfecta; aunque como toda maquina precisemos de cuidados y atenciones mínimas, que permitan, por un lado, obtener el mayor rendimiento y por otro, incrementar la vida útil.
De igual forma, a nuestra mente podríamos aplicarle esta misma comparación. En la medida en que la utilizamos de forma coherente, con esfuerzos sostenidos y progresivos, lograremos desarrollarla, empujando los limites de la misma hasta su máxima expresión.
Infelizmente, no podemos quedarnos solo en esas dos dimensiones, por que siendo espiritus encarnados, existe un compromiso no solo con el envase con el que fuimos provistos para realizar este viaje, sino que además, el crecimiento intelectual es necesario y nos permitirá avanzar en la medida de que lo usemos respetando los preceptos eticos y morales que nos deben acompañar en todo momento.
Pero no es suficiente, debemos esforzarnos en practicar la solidaridad, el amor al prójimo y buscar en la medida de nuestras posibilidades alimentar nuestra esencia, nuestro espíritu, que es en definitiva lo que realmente somos y a lo que deberíamos centrar nuestros mayores esfuerzos.
Pero no es suficiente, debemos esforzarnos en practicar la solidaridad, el amor al prójimo y buscar en la medida de nuestras posibilidades alimentar nuestra esencia, nuestro espíritu, que es en definitiva lo que realmente somos y a lo que deberíamos centrar nuestros mayores esfuerzos.
Dicho esto, podría incluso ir mas allá, decir que nuestra actitud debería ser la de un atleta, en constante entrenamiento para una prueba importantísima, como si la vida dependiese del triunfo, atletas con vocación olímpica.
Pero tengamos claro en todo momento que como atletas que deberíamos ser, estaremos constantemente a merced de las lesiones. Estas pueden ser de los mas variados orígenes y niveles de gravedad, desde aquel esguince eventual, pasando por la fractura que nos inhabilita unos meses, hasta verdaderos desastres, accidentes que nos dejan disminuidos y en algunas ocasiones lisiados de por vida.
Debo confesar que me encuentro entre los que han quedado disminuidos de manera permanente, soy lo que podría denominarse, un paralítico emocional.
Obviamente que esta condición es producto de un accidente grave, gravísimo, que tuve a muy temprana edad y que se mantuvo, destruyendo partes vitales de mi alma, durante casi dieciocho años.
Obviamente que esta condición es producto de un accidente grave, gravísimo, que tuve a muy temprana edad y que se mantuvo, destruyendo partes vitales de mi alma, durante casi dieciocho años.
Fue un choque de trenes, de esos que se ven solo en películas Americanas, que dejo un saldo terrible de muertos, heridos, desaparecidos y por supuesto lisiados de por vida. Los que tuvieron la oportunidad de acompañar este accidente, son testigos de la irresponsabilidad con la que actuaron los maquinistas encargados de llevar aquellos trenes a sus destinos de forma segura, y del desastre, del amasijo de hierros retorcidos, cuerpos destruidos y quemados que quedo regado varios kilómetros a la redonda.
Como buen lisiado tengo la esperanza y el compromiso de recobrar mis condiciones algún día, no me conformo con un puesto de estacionamiento cerca de la entrada de los edificios, una taquilla especial en el banco o la mirada lastimera de mis familiares y amigos. Cada día me levanto con la necesidad de trabajar por reconstruir aquello que se rompió dentro de mí, voy comenzando a dar pequeños pasos, asistido por espíritus benefactores que han sido puestos en mi vida y a los que agradezco enormemente, por que la recuperación no ha sido fácil, he pasado todos los estadios posibles, desde la desesperación absoluta, la rabia, el resentimiento, el deseo de acabar con una vida que creía arruinada, la aceptación de una realidad, el renacimiento de la esperanza, el perdón y finalmente el deseo de avanzar.
No ha sido un camino fácil, ya traté de ser yo, traté de ser otra persona, de mejorar, me entregue a pasiones puras, una que otra malsana, perniciosa; herí a quien me amó, fui valiente, fui cobarde, lloré y reí, fui un hombre cabal y un perro miserable. Navegué por aguas desconocidas, llené mis vacíos con vacíos aún mayores, tuve una sed insaciable que traté de calmar infructuosamente. Me descubrí, aprendí a gustar de mi compañía, a ser mi amigo, aceptarme como un ser imperfecto pero con voluntad de progresar, dejé de ser mi enemigo y finalmente, me convertí en mi aliado.
Hoy debo confesar que por primera vez en mi vida disfruto de la soledad, disfruto sentarme a pensar en cosas que hace apenas tres años atrás jamas hubiese imaginado, cosas que me parecían inútiles, pues en un mundo donde todos están por su cuenta, donde solo existen enemigos, se piensa únicamente en el beneficio propio. Me regodeo en la melancolía, ya no como un ejercicio de auto compasión, mas bien como una manera de honrar a todos los que pusieron algo bueno o malo, mucho o poco, en este viaje.
Gente vino y gente se fue, al final quedamos los incondicionales, los que entienden mi condición de paciente, de lisiado, de disminuido en mis funciones y no les parece ofensivo ni les molesta mi situación.
Lo que quiero decir es que estoy tranquilo, que me rodeo de quienes quieren estar a mi lado, gusto de aquellos que gustan de mí y no pierdo el tiempo en aquellos que no. Quiero decir que esto es lo que hay para hoy, tal vez para los meses por venir, solo el tiempo lo dirá y que si quieres, aquí estoy; siempre estuve aquí. Me fui, pero tuve el cuidado de dejar la dirección y mis contactos para que me encuentres cuando decidas bajar la guardia y aceptar que como yo, eres susceptible a equivocaciones, que el orgullo es mal consejero y que en cuestiones del corazón la razón sobra.
Es solo venir y asumir un lugar que nadie ocupa mas que tú. Pero ten la seguridad de que ese lugar un día será ocupado por alguien, que si lo quieres tomar, ven y toma lo que por derecho te pertenece, pero que si no lo quieres, entonces dejemos las cosas quietas, dejemos que el tiempo borre lo que se pueda borrar y sane lo que se pueda sanar.
Seamos todo o no seamos nada, pero asumamos una posición y entreguemos nuestra fuerza vital por defenderla.
Te amo y sabes que serás la dueña de mi corazón por siempre,
Anatoli Ankundinov.
Seamos todo o no seamos nada, pero asumamos una posición y entreguemos nuestra fuerza vital por defenderla.
Te amo y sabes que serás la dueña de mi corazón por siempre,
Anatoli Ankundinov.
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