Ciceguta la Submarina
Ciceguta tenía ya 14 años, 3 menos que yo. Nuestra relación siempre fue muy formal, nunca tuve un cariño especial por ella, era grande, pesada y siempre la vi enferma. Era un ritual común ver a mi padre en el garaje trabajando en ella con los 3 únicos amigos que lo frecuentaban. Sábados y domingos se consumían conversando sobre la empresa donde trabajaban, cubiertos de grasa y aburrimiento.
El día que me dijeron que por fin tendría carro nunca me imagine que seria ella quien con su amarillo chillón tendría la responsabilidad de llevar y traer a la banda de muchachos de conducta reprochable que conformábamos, mis amigos y yo, desde principio de secundaria.
Era la época de Toyotas Samurai y Machitos y la perspectiva de andar en una wagoneer amarilla a la que le sonaba todo, menos el radio y la corneta, no me hacia saltar de la emoción. Nuestro relación comenzó de a poco, nos fuimos acostumbrando mutuamente y poco a poco fuimos aprendiendo a querernos. Claro que cada uno de sus achaques me producían ataques incontenibles de odio, pues muchas veces tuve que desarmar su carburador para lograr llegar a una fiesta y al llegar el olor a gasolina me convertía en el centro de las mamaderas de gallo y las burlas de mis compañeros.
Ciceguta no tenía aire, no tenía radio y el vidrio trasero no se podía abrir, era una sobreviviente de otras épocas, cuando no existían los cinturones de seguridad ni los apoya cabezas y la seguridad de los pasajeros era algo de lo que ni se hablaba y realmente no preocupaba mucho. Era esa época en la cual fumar era chevere, los condones solo servían para protegerse de un embarazo y el único peligro de salir de noche era que el sereno te resfriara.
Esa relación fue fructífera, juntos llegamos a lugares maravillosos y compartimos con personas fabulosas. Fue la cómplice necesaria de mis primeras aventuras sexuales, que tuvieron siempre mas de aventura que de sexual con mis noveles compañeras de correrías, que pacientemente soportaron calor y lluvia, ademas de la eventual espera en algún lugar remoto mientras reparaba alguno de los entuertos del viejo Jeep, para poder continuar la fiesta. Lo mas memorable fue que me llevo, junto a mi novia y mi mejor amigo, al primer viaje solo! Isla de Margarita, en la semana santa del '93. Un viaje que nunca olvidaré y que marco un hito en mi joven y apresurada vida.
En esa dinamica pasaron los meses (que a esa edad parecen años) y el día menos esperado mi padre me dio la noticia, íbamos a venderla para comprar un carro mas nuevo! Esa noticia me dio una nueva perspectiva de la vida, me imaginaba haciendo viajes a lugares remotos, conociendo parajes fantásticos y entrando por fin a ese club exclusivo, reservado solo para los que poseían un Toyota.
El dia escogido para dicha venta fue nada mas y nada menos que el día siguiente al cumpleaños de mi madre. Esto significaba que el día de su cumpleaños tendría que salir temprano a lavar a Ciceguta, hacerle un buen servicio y dejarla lista para impresionar al comprador.
Mi plan era simple, mi mejor amigo y dos panas mas me acompañarían al río conocido como el Silencio, ahí nos tomaríamos unas cervezas, fumaríamos a placer y cerraríamos un ciclo de la mejor manera que se podía pensar en la ciudad en la que vivíamos.
Salimos a la hora establecida y marcamos rumbo hacia la entrada de la bomba del INOS, una vez ahí emprendimos rumbo al río que estaba separado de la carretera por una bajada de arena de aproximadamente 1 km. Este trayecto nos dio ese golpe de adrenalina que tanto ansiábamos. Los saltos de la camioneta y las cervezas hacían del paseo una aventura sumamente divertida, bromeábamos y reíamos con la convicción de que el mañana no existe y si existiese jamas seria tan bueno como lo era ese momento.
Una vez abajo, a la orilla del río, la charla se intensifico, parecíamos rescatados de un naufragio después de varios días a la deriva, hablamos de todo y de todos, pero principalmente hablamos del presente, por que a esa edad es lo único que tenemos. No teníamos pasado y el futuro era algo tan remoto como el planeta Marte, una promesa en la que yo personalmente no creía y que hoy a la luz de los acontecimientos doy gracias al cielo por nunca haberme hecho expectativas, pues la sensación de estafa sería, muy probablemente, insoportable.
En el cenit de nuestra tertulia y ya bastante mas animados por el alcohol ( y probablemente un join) alguien tuvo la espectacular idea de meter la camioneta al río, por aquello de la aventura. Yo perdido en la convicción de inmortalidad e infalibilidad que lo caracteriza a uno a los 18 años no pude mas que aceptar el reto. Nos montamos en la vieja camioneta, una vuelta de llave hizo roncar el motor de 8 cilindros y al son de alguna canción cantada a todo pulmón pise el acelerador y nos lanzamos a la conquista de la orilla, las ruedas giraron, la carrocería crujió y Ciceguta, al principio tímidamente hundió las ruedas en el agua, primero las delanteras y después las traseras.
La euforia crecía y el ruido de las voces me animaba a pisar el acelerador cada vez mas a fondo. El aviso oportuno de uno de mis compañeros me hizo girar el volante a la izquierda para circular paralelo a la orilla y cuando ya me disponía a retomar tierra firme paso algo que ninguno imagino, la parte izquierda de la camioneta se hundió por encima del techo dejándonos completamente bajo el agua. La confusión se adueño de todos, la euforia se convirtió en pánico y la confortable sensación de relax se transformo en la necesidad imperativa de abandonar la nave que hundida amenazaba con llevarnos a fondo junto a ella.
La euforia crecía y el ruido de las voces me animaba a pisar el acelerador cada vez mas a fondo. El aviso oportuno de uno de mis compañeros me hizo girar el volante a la izquierda para circular paralelo a la orilla y cuando ya me disponía a retomar tierra firme paso algo que ninguno imagino, la parte izquierda de la camioneta se hundió por encima del techo dejándonos completamente bajo el agua. La confusión se adueño de todos, la euforia se convirtió en pánico y la confortable sensación de relax se transformo en la necesidad imperativa de abandonar la nave que hundida amenazaba con llevarnos a fondo junto a ella.
Nunca supe cuanto tiempo nos tomo salir de Ciceguta, pero felizmente todos logramos escapar justo antes de que se hundiera y quedara totalmente bajo las aguas del río Caroní.
Una vez ganada la orilla nos sentamos a mirar el techo de la camioneta sobresaliendo rasante unos centímetros fuera del agua. Eran las 4 de la tarde, el día podía salvarse si actuábamos rápido, pero que tan rápido podíamos actuar? ninguno tenia celular, en el año 92 apenas comenzaban a verse en Puerto Ordaz esos bichos raros y al no tener otro carro la única forma de llegar a una zona urbana era caminando por lo menos 1 hora y lo peor de todo, ninguno tenia plata.
En ese dilema pasaron unos minutos y pronto otra banda de zagaletones, que se aproximaba en un par de camionetas, se acercaron a preguntar que hacíamos ahí. Esto nos devolvió la esperanza. Una rápida conversa logro que sendas cuerdas emergieran de la parte de atrás de las camionetas recién llegadas, el dilema era quien bajaba a atar esas cuerdas al chasis, el río Caroní con sus aguas negras por el hierro y los minerales no era el mejor sitio para zambullirse, no había visibilidad y la corriente podía alejarte varios cientos de metros en pocos segundos.
La decisión era obvia, el dueño del carro tenia que amarrar su vaina, era lo justo. Sin muchos ánimos me sumergí y después de varios intentos conseguí atar las cuerdas a lo que imagine seria el chasis. Con rápidas brazadas llegue a tierra donde me esperaban eufóricos mis compañeros, me había ganado el respeto de mis panas y de nuestros nuevos amigos que se preparaban para halar a Ciceguta desde el fondo en el que se encontraba.
Una señal dio inicio a la operación, la dos camionetas encendieron sus motores, activaron su transmisión en las 4 ruedas y comenzaron a tirar de esas cuerdas que se perdían en la negrura de las aguas. Pero Ciceguta no salía, el río se negaba a devolver esa presa que acababa de cobrar. Las ruedas comenzaron a girar en el mismo sitio y nuestros amigos se empezaron a hundir en la húmeda arena que no ayudaba en nada a nuestro propósito.
Que hacer? ya el sol se empezaba a ocultar en el poniente y pronto mi casa se llenaría de invitados a celebrar el cumpleaños de mi madre, había que enviar un emisario a pedir ayuda adicional, pero a quien? a esa hora quien podría ayudarnos y al mismo tiempo guardar el sigilo necesario para evitar que mis padres se enteraran de esta eventualidad que ya tenia cara de catástrofe por no decir de tragedia. Que pasaría si el río no me regresaba a mi compañera de aventuras?
La decisión fue sencilla, mi mejor amigo y yo nos iríamos en las dos camionetas, Mauricio buscaría una grúa y yo desde algún teléfono llamaría al asistente de mi padre que en esa época manejaba un Machito y ya había fungido como cómplice en otras aventuras similares, sin violar jamas el secretísimo necesario en este tipo de situaciones.
Unos cuantos repiques y la voz de la secretaria de mi padre me informo que José se encontraba ahí y que saldría raudo a socorrernos. Esto me tranquilizo y con renovados ánimos emprendí junto a mis nuevos amigos el camino de retorno al Silencio, para encontrarnos con que Mauricio diligentemente ya se encontraba en el sitio con un gruero colombiano, un tipo suficientemente loco como para animarse a meter la grúa por el camino de arena hasta la orilla.
Ya el día se ocultaba y con los últimos rayos de luz me aventure nuevamente a hacer el amarre de la guaya de acero al chasis. Esta vez me tarde la mitad del tiempo pues la adrenalina y la inminencia de ser descubiertos hacia que mi corazón latiera a la velocidad de la luz.
Ya el día se ocultaba y con los últimos rayos de luz me aventure nuevamente a hacer el amarre de la guaya de acero al chasis. Esta vez me tarde la mitad del tiempo pues la adrenalina y la inminencia de ser descubiertos hacia que mi corazón latiera a la velocidad de la luz.
La grúa se retorció, la transmisión sono como si fuera a reventarse y el cajon de aquel vehículo se contorsiono como si quisiera levantarse el suelo, pero por el contrario se afinco a tierra y cuando ya la tensión del cable parecía estar a punto de llegar a su momento de máximo esfuerzo, Ciceguta se movió.
Fue un movimiento lento al principio y luego poco a poco fue transformándose en un avance sostenido. El techo emergió el agua en el instante en que Jose incrédulo se bajaba de su auto para, asombrado, constatar una vez mas aquel viejo dicho que reza "Muchacho no es gente".
Cuando Ciceguta hubo ganado la orilla, los gritos y celebraciones podían escucharse a varios cientos de metros de distancia, la alegría era generalizada, nos abrazamos y dábamos gracias a todos los presentes por su apoyo. El día había muerto ya, pero Ciceguta cual ave fénix había resurgido y estaba ahí, junto a nosotros en toda su inmensidad.
Pero el problema no terminaba ahí, ya era de noche, y todavía había que llevar a grúa y Ciceguta por la trilla de arena, de mas de 1 km en pendiente, que nos separaba de la carretera. Al llegar a la carretera comenzaría la segunda parte del plan y la mas arriesgada, emprender el camino a casa, donde seguramente ya todos se preguntaban donde carajo estaba yo metido. Este pensamiento y la certeza del peo que me esperaba me dejo abatido por un instante, pero como aquel que al verse perdido solo le resta seguir adelante, puse manos a la obra y comenzamos a organizar el rescate.
El Machito remolcaria varios metros la pesada grua cuesta arriba y una vez asegurada esta remolcaría a la pesada wagoneer y asi sucesivamente hasta llegar a la carretera.
Era un plan sencillo, solo faltaba implementarlo.
Comenzamos pensando que una hora a lo sumo seria necesario para llegar a nuestra meta, la cual finalmente luego de mucho sacrificio conquistamos a las 11 pm.
Al llegar a la carretera el sentimiento de alegría fue fugaz. Mi padre nos esperaba con su mejor cara para escoltarnos a casa. No dijo una sola palabra, esto fue lo que me preocupo mas.
Al llegar el panorama no podía ser mas aterrador, caras largas y mi madre pálida ante la perspectiva de que algo "grave" me hubiese ocurrido. Un simple ve a tu cuarto y no salgas, que en esas situaciones es peor que cualquier grito o reclamo, fue lo que alcance a escuchar. Los invitados con cara de reproche me observaban caminar por ese pasillo de la deshonra en que se convirtió la entrada de la casa.
Pasados los años y mirando ese día desde la perspectiva de un hombre adulto, debo decir que no recuerdo cuantos años cumplía mi madre, pero sin temor a equivocarme, puedo asegurar que sobre los que cumplió, le regale un par de décadas por causa de la preocupación. Estas décadas nunca podré devolverselas y seguramente serán facturadas a mi nombre, con los intereses correspondientes, por alguno de mis tres hijos. Muchachos buenos que sin lugar a dudas, mas temprano que tarde, serán adolescentes y al igual que yo querrán tomar el mundo por asalto, para vivir al máximo esos momentos que, hoy estoy convencido, nunca mas regresaran.
Madre querida.... Sorry y Feliz Cumpleaños atrasado.
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